Piano Lady

Posted on 13:39 by Susi | 0 comentarios


Hace exactamente una semana nos cambiamos de casa. Ahora vivo con un amigo de la infancia y su hermana en un departamento de providencia. A los tres días de estar acá escuchamos el sonido característico de un piano durante toda la tarde, nos gustó tanto que escribimos un cartel con las cajas de cartón en la que venían los muebles “Por favor toque el piano” para que cuando viéramos a alguien en ese departamento lo levantáramos y nos deleitara nuevamente con su música.
Son precisamente esas las cosas que uno hace cada vez que está aburrido y quiere alegrar la vida sacándola de la rutina un poco. En ningún momento nos imaginamos algún motivo ulterior más que escuchar a esa señora tocar su piano y gracias.
Hoy después de almorzar el Camilo dijo –“Miren, en el departamento de al frente hay una señora que toca piano y un señor sin polera sensual.”- Y fuimos corriendo a levantar el cartel desde el balcón. El señor sin polera sensual nos vio y llamó a la señora y a otra persona más para que vieran nuestro departamento, se rieron y comenzaron a sacarnos fotos con el cartel… y la señora comenzó a tocar el piano.
-“Te das cuenta de que ellos les van a contar a todos sus amigos lo que acaba de pasar?”- -“Sip, y nosotros también”- -“Sus vidas y nuestras vidas quedaron entrelazadas para siempre, gracias a un pedazo de cartón, mis plumones y la letra de tu hermana”- -“Fuerte.”-
Es fácil cruzarse en la vida de alguien, lo que es difícil es recordar esas intersecciones. Y, por lo menos para mi, esta intersección es de las que yo recuerdo, y cuento, a través de los años.

Payasos

Posted on 15:05 by Susi | 0 comentarios

Cuando iba en el colegio tenía un compañero que siempre nos hacía reir. Llegaba a clases pintado como payaso y se rehusaba a sacarse el maquillaje hasta que las carcajadas de la inspectora se escucharan hasta el 3° piso, todas las mañanas. Lo que si, jamás articulaba una palabra, nadie nunca lo escuchó decir nada, nadie nunca lo oyó reir... bueno, hasta que cumplí 16.
Ese día llegué como de costumbre al colegio, subí las escaleras y al entrar a la sala esperé para escuchar la risa de la inspectora seguido por un -"Ya chiquillo! Ahora anda a lavarte esa cara!"- como era cosa de todos los días, pero no escuché nada. Extrañada dejé mi bolso en el banco y bajé a comprarme una leche, cuando salí del caos que era el negocio y caminé hacia la sala, busqué frenéticamente gotas de agua en el suelo que indicaran que alguien que se acababa de empapar el rostro había pasado por ahí, pero no. Mi compañero había faltado, el mismísimo día de mi cumpleaños.
Aparte de eso, todo lo demás fue tal cual la rutina, me felicitaron, me cantaron cumpleaños feliz y uno que otro regalito me llegó. Pero aunque nunca hubiera hablado con él y realmente no supiera nada de su vida, realmente me hacía falta tenerlo ahí arrancandome sonrisas en matemática. Por eso cuando terminaron las clases me fui adonde el profesor y le pregunté si me podía dar su dirección. -"Para qué?"- Me preguntó -"Me prestó un cuaderno y quiero ir a devolvérselo"- No me creyó, pero como nos llevábamos bien me la anotó en la libreta.
Antes de irme pasé a la tienda de disfraces a comprar de esas pinturas para la cara, hice mi mejor esfuerzo en pintarme como payaso y me dirigí a su casa. Creo que esperaba encontrarme con su madre, una señora amable y regordeta, que me diría que estaba enfermo acostado y que podía verlo solo un par de minutos porque se sentía muy mal. Pero antes de llegar a su casa me tropecé con un gato que corría en busca de una paloma, un grupo de niños me vio y se desternillaban de la risa -"Bueno, habrá que darles algo de verdad chistoso"- Así que me saqué los zapatos y comencé a perseguir descalza al gato haciendo maromas para distraerlo de su presa, cuando la paloma logró volar, el gato me miró con odio y los papeles se invirtieron, de perseguidora pasé a ser perseguida y, a pesar de que no me dan miedo los gatos, empecé a preocuparme cuando vi que sus garras se acercaban peligrosamente a mis piernas. Sin embargo, antes de que me llegara a tocar, sentí un pequeño chorro de agua en la espalda. Era mi compañero que por salvarme del gato le había hecho caso a la leyenda popular de que le tienen miedo al agua... no se si todos los gatos le daran la razón a esa creencia, pero este definitivamente si, porque cuando se vi empapado corrió a refugiarse en el último resquicio de la vereda al que le llegaba algo de sol en esas horas de la tarde.
Me acerqué para darle las gracias y para preguntarle porque no había ido al colegio. Lo qué mas me sorprendió no fue verlo totalmente sano y feliz, ni tampoco haber oído, por primera vez desde que éramos niños, su risa (una de las risas más hermosas que he escuchado, debo añadir), sino ver que tenía una pequeña mochila al hombro, como si fuera a ir a alguna parte. -"Y tú? No vas al colegio y más encima vas a salir ahora?"- Le pregunté tratando de sonar relajada, como si todo eso hubiese sido parte de la rutina. -"Me voy!"- Me respondió dando un salto divertido. -"Y dónde te vas?"- Me fue imposible ocultar el tono de preocupación. -"Al circo! Vamos! Ven conmigo."- Y me tomó la mano de una forma que nadie lo ha hecho, firme, con decisión, pero lo suficientemente suave como para zafarme de ella sin esfuerzo.
En ese momento pensé en irme, en lo mucho que me reía con él, en lo simple que era estar solo preocupada de lo que pasaba hoy, de los gatos que perseguiría hoy, contrapuesto con mi familia, mis ganas de estudiar, mi apego a la rutina, mis ganas de tener seguridad y estabilidad... -"No puedo, me encantaría! Más que nada! Pero no..."- Las palabras se perdieron en mi garganta mientras su sonrisa tambaleó un poco. -"Bueno, si quieres ir, sabes donde encontrarme. Feliz cumpleaños..."-
Ese día cambió mi vida en dos aspectos, descubrí lo fácil que es ser feliz con un poco de voluntad y lo gratificante que es poner en peligro mi integridad física/dignidad/decoro/seriedad para robarle sonrisas al resto.
Y también, desde ese día, tengo debilidad por los payasos.

Esos pies.

Posted on 18:14 by Susi | 0 comentarios

Érase una vez una niña que soñaba con que alguien la quisiera... había sido ignorada durante mucho tiempo y su casa estaba construida con hielo.
Esta niña caminaba sin rumbo por el desierto calcinante en busca de alguien que caminara con ella, pero los años pasaban y ella seguía caminando... sola.
Pero mientras más tiempo pasaba y más sola estaba, ella más caminaba. En lugar de deprimirse por no haber encontrado aún a alguien se consolaba pensando que mientras más avanzaba, menos camino quedaba.
Érase una niña que caminó y caminó hasta que sus pequeños pies se desangraron y no pudieron seguir caminando con ella, así que se quedaron atrás.
Ella siguió arrastrándose tratando de encontrarlo, pero él no apareció. Y así su pequeño cuerpo sin pies se quedó para siempre en medio del desierto, esperando.